Esta mañana, en el bar donde suelo desayunar, hemos estado mi jefe, mi otro jefe y yo -en calidad de tercero de mis jefes- arreglando el mundo como de costumbre. Notaréis que últimamente las cosas os van mejor. Es por nosotros. La vida, la muerte, la otra vida, la otra muerte, la literatura, la política, la filosofía, la magra con tomate... Prácticamente nada escapa a nuestras garras dialécticas penetrantes, incisivas, caninas y premolares. Ni siquiera algún comentario esporádico sobre la raza calé, algún comentario digamos... despectivo, despectivillo. Repitiendo, quizá, estereotipos ya en nuestro acervo cultural como inocuos, inofensivos, gratificantes, elogiables incluso. Nada grave.
Nada grave, claro, a no ser que dos miembros de esa misma etnia, caleses de tamaño familiar, estén situados detrás de ti engullendo sus viandas en silencio iracundo.
Si no llega a ser por uno de mis jefes y por sus patadas por debajo de la mesa, ahora mismo podría estar pagando cara mi xenofobia en el hospital del condado.
A propósito, diga lo que diga Facebook, este blog no cierra ahora ni ha cerrado nunca ni cerrará jamás.