Sabéis de mí que estuve en una pequeña localidad belga, que leí Tokio Blues, que robé con violencia e intimidación una maleta de forma involuntaria, y que de repente desaparecí y dejé el blog en lugar fresco y seco y a cargo de mi amiga Guisela, una periodista libanesa que me está sufragando el tratamiento de regeneración capilar.
¿Qué ha pasado durante todo este tiempo? ¿Dónde he estado y dónde, por tanto, no?
A final de curso, la burocracia universitaria me mantuvo entretenidísimo. No tuve tiempo de perder el tiempo escribiendo entradas, ni de aburrirme, ni de sufragar el tratamiento capilar a nadie en particular. La cosa ha acabado bien y ya me queda menos para convertirme en el Catedrático que algún día os explicará el recurso de amparo.
En verano, como siempre, me rodeé de ancianos venerables en el Mar menor. Este año, además, hemos tenido medusas. Desoíd a los necios: las medusas son gente estupenda y han hecho mucho por la cohesión social de las playas del Levante peninsular. Como si de zombies marítimos se tratara, lentas e implacables, su amenaza ha estrechado los lazos entre la Humanidad. He conocido a nuevos ancianos venerables, que me han suministrado consejos valiosísimos y con los que ahora guardo una deuda de gratitud que sólo podré saldar con una raqueta y dos ordenadores portátiles.
Escribo estas líneas inmerso en pleno comienzo de curso. Este año tengo clases hasta en el íleon, a todas horas y en todos lugares. Mañana mismo hablaremos de la igualdad. ¿Os gusta, eh? ¿Os gusta la igualdad?